UNA MIRADA AL PARAÍSO
“Ya puede decir que entró al Paraíso por la vía de los moteles”, ese fue el jocoso saludo de bienvenida a uno de los barrios de Girón: El Paraíso. Bajé por una calle en reparación olvidada, se nota que habían cortado el pavimento deteriorado para poner uno nuevo. Como quien sacó la basura a destiempo y su olvido hizo que los chulos la regaran por la calle, asimismo proceden los funcionarios que tendrán a cargo el arreglo de esa vía... “Y si eso pasa en El Paraíso, imagínese lo que pasa en el infierno”, pienso para mí y sigo bajando en dirección al Salón comunal.
Frente al punto de encuentro una mujer trapea el piso mientras grita el menú del desayuno y no encuentra respuesta adentro, sino en una vecina que afirma que “esos chinos no madrugan”. Sin embargo, al otro lado y después de subir unas escaleras atrapadas en medio de dos casas me doy cuenta de que hay siete madrugadores que esperan aprender a tomar fotografías. Comienza a subir la temperatura a medida que los minutos corren, como Yair, Deison y Francisco. A pesar de no ser un espacio muy grande, ellos corren jugando a La lleva mientras esperamos a que los otros chicos lleguen. Sobre las nueve llegan dos niñas, son hermanas que se llevan dos o tres años, pero están muy próximas por sus gustos.
Las otras niñas, las que habían llegado temprano para la clase, llevaban unas cajas por las que miraban por un agujero las escarpadas del frente y las antenas que allí instalaron. Fui curiosa, quería saber qué tenía de cautivamente una caja de cartón para ver el horizonte y qué relación tenían estas con el taller de fotografía. “Es una cámara oscura”, me dijo Wendy. Les pedí una prestada y traté de ver, Yair me dio la suya porque él tenía otra y sacó su cámara digital compacta para disparar una selfie. Lo confieso, no pude ver nada… “La imagen está invertida”, “tápese el otro ojo con la mano”, “mire hacia allá que se ve mejor”… Nada, “hay mucha luz”, dijo Francisco, “y eso no ayuda”. Así que me ubiqué en la parte más oscura y pude ver como entre bruma unas casas de El Paraíso, en eso estaba la magia, en ver de otra manera lo cotidiano.
“Muy bien, vamos a empezar la clase de hoy, ya no llegó nadie más, así que…”, el profesor Óscar comenzó la clase, había llevado revistas y carteleras para enseñar los diferentes planos y ángulos fotográficas.
Los niños comprendían rápidamente el concepto y lo llevaban al nivel de identificar con el ejercicio de búsqueda en las revistas, se volvieron expertos cazadores de planos y ángulos fotográficos, se cuestionaron por qué en las revistas aparecen más unos planos y unos ángulos que otros y competían por ser el primero en identificar un ángulo casi imposible de encontrar.
Yair fue de los primeros que acabó esa tarea y comenzó a obturar para decir “Vea, profe, tomé una en picada…”. Debo decir que el tallerista iba muy bien preparado, pues tras comprender e identificar había llegado la hora de practicar. Óscar había llevado unas pelucas, gafas, corbatas y moños para jugar, para aprender fotografía jugando a ser fotógrafos y modelos. Todos los niños estaban encantados con el rol de modelos, hacían las poses aprendidas en revistas y en televisión, pero una de las niñas no permitió que se le tomaran fotos. Como recién llegada de Macondo, Milena se escabullía, no quería ni una sola foto. Según me contó, una tía suya le había tomado unas fotos en un cumpleaños y las subió a Facebook, ella sentía que no había sido correcto, eran de ella porque ella aparecía y a ella no le habían pedido permiso para subirlas. Y me pareció un análisis muy lógico y respetable, así que le dije que respetaríamos su decisión, pero que no se perdiera la oportunidad de practicar lo que había aprendido, de tomar la cámara entre sus manos y crear fotografías. Aceptó y la única foto que quedó de ella es la de una pequeña chica que ya está tomando decisiones sobre su imagen y su privacidad.
A una de las otras niñas le escuché al azar la palabra “fea” y uno de los niños le hizo eco: “Sí, es que Milena no quiere fotos porque es fea”. En ese momento, comprendí que no solo les estábamos enseñando a hacer fotografías para retratar su barrio, si no para que tuvieran un pretexto para ser, para dialogar con los otros y sobre todo con ellos mismos. John Fredy intervino y, por si acaso, le dijo a Milena que no pensara en eso, que ella era bonita, que cada uno tiene su belleza.
Eso fue lo que vi en sus fotografías, una búsqueda de la belleza no por vanidad o ego, sino por la trasformación de su entorno, al buscar belleza en su barrio estaban construyendo belleza en sus seres.
Una clase, un taller, un proyecto educativo y cultural metamorfosea a los seres que en ellos participan, creo que tanto los talleristas como los niños de El Paraíso tuvimos un brevísimo instante en donde comprendimos que los paraísos se fabrican, se moldean, se conquistan y se transforman.
Liliana Velandia Calderón
Para ver todos los textos y archivos completos del proyecto visitar: johnfr7.wix.com/johncalderon